dilluns, 9 de març del 2009

Más allá de la obra artística

Desde siempre coleccionar arte ha sido un signo de distinción social, que indica poder y es que debido a la revalorización de las piezas, sólo las personas y las familias más adineradas han podido poseer las más bellas colecciones. No me parece adecuado que las obras sean propiedad de particulares; considero que debieran ser patrimonios internacionales para que todas las personas de todos los lugares del mundo puedan contemplar la belleza de las obras.
La pasión por coleccionar arte ha pasado por distintas facetas a lo largo de la historia de la humanidad y han sido diversos los motivos que han conducido a la élite a poseer grandes colecciones. Motivos que van des de la simple intención decorativa a la mera intención de ostentar riqueza, pasando por un hobbie. Algunas de esas familias, personas o mecenas apasionadas y en ocasiones obsesivas del arte, serían recordadas en la historia por esa faceta de coleccionismo más que por otros aspectos o rasgos de sus vidas. Gracias a su fascinación ha sido posible recoger gran cantidad de obras en perfecto estado para exponer y reconstruir partes de la historia del arte. Pero esto solo debiera ser parte del paso, de un contexto distinto con unas concepciones distintas, donde parecía que los más humildes no tenían el derecho a la contemplanza de los qué haceres de los más célebres maestros. A hora que todo ha cambiado, diría que esas colecciones se colocaran donde siempre debían haber estado, a la luz pública.
Poco sé sobre coleccionismo, pero navegando por la inmensidad de la red, encontré un interesantísimo blog (http://mirondearte.blogspot.com/) que habla acerca de todo este ámbito y describe el ardor por coleccionar: “El mundo del coleccionismo es como el túnel del tiempo: quien entra en él, nunca sale”. Con frases como éstas, una no puede oponerse a coleccionar, pero si puede determinar que existen algunas cosas qué no pueden ser coleccionadas, y éste grupo entraría el arte.
No estoy nada de acuerdo con la especulación de los mercados y las subastas. Cómo ya he dicho para mí estas obras no deberían estar en poder de ningún particular, así que no debiera existir éste tipo de mercados y subastas que tienen una índole discriminatoria, jugando con cantidades totalmente desorbitadas a la que muy pocos pueden acceder (se dice que en España a penas una treintena); de nuevo impidiendo que los más pobres puedan nunca acceder a poseer una obra, y elitizando así el arte.
Los gustos y las modas de los cuadros va ligado a las personas que los compran y están en los mercados así como las capacidades de los artistas. Este aspecto es algo muy subjetivo y personal. Cuando los coleccionistas van a adquirir un cuadro, lo hacen después de documentarse, guiados por sus instintos más profundos, así el gran coleccionista Lázaro Galdiano:”Me podrán haber engañado en el precio de las cosas, pero en cuanto a la belleza al gusto, imposible. Siempre he comprado lo que me ha gustado”.
En esta declaración, también sale otro aspecto, no menos subjetivo, a debatir y es el valor del arte, el precio de las obras y las cotizaciones en los mercados, a lo que se le añade unas altísimas cantidades en condiciones fiscales impositivas. Es esa especie de magia que gira alrededor de las obras que es capaz de catapultar en ocasiones su precio. Un precio que irá aumentado más cuantas más personas quieran poseerlos (conclusión extraída directamente de la economía, el mercado se mueve por la oferta y la demanda). De forma más científica, por llamarlo de alguna manera mi principal cuestión es ¿Sobre qué parámetros se valora el arte? Aunque fuera del ámbito númerico, es decir en aspectos puramente sociales, los experimentos no siempre ofrecen los mismo resiultados, si que pueden darnos una idea de las cosas. Para responder a mi cuestión tomaré el experimento que realizó el diario The Washington Post. Envió a uno de los mejores violistas del mundo, Joshua Bell (vestido con un pantalón vaquero, una camiseta barata, una gorra) a tocar al Metro, a la hora punta. Durante los 45 minutos que el músico estuvo tocando algunas de las piezas más consagradas de la historia con un instrumento muy especial, un violín Stradivarius, estimado en un valor de más de 3 millones de dólares, fue prácticamente ignorado por todos los pasajeros del Metro. Nadie sabía que ese músico era precisamente Joshua Bell. Tan sólo, unos días antes, Bell había tocado en La Sinfónica de Boston, en la Library of Congress, donde los mejores lugares para el concierto costaban la suma de 1000 dólares la entrada.... Con ello se puede concluir que muchas veces el valor que le damos a las cosas, entre ellas el arte, está muy ligado a un determinado contexto. En este caso, Bell era una obra de arte en sí mismo, pero fuera de su contexto fué un artefacto de lujo sin la etiqueta de la marca.
Esta experiencia fue grabada en vídeo, y mustra a hombres y mujeres que caminan muy rápido, cada uno haciendo una cosa, pero todos indiferentes al sonido del violín.














Curiosidades del Valor del Arte:
El caso es que el Nº5 de Pollock ha sido el cuadro más caro de la historia.




Los mismos artistas han llegado a criticar la valoración del arte como el estadounidense Ray Beldner que se ha dedicado a crear reproducciones de obras maestras de la pintura y la escultura con billetes de curso legal.


Páginas web utilizadas: http://www.revistaarte.com/numero83/enportada.html
http://www.arteinformado.com
http://www.arteymercado.com/
http://www.embelezzia.com

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